Son las 22 horas de este glorioso domingo. Erechim quedo atrás. Ya pasamos la Aduana y aun nos queda un largo camino a casa. Allí me esperan mi beba, mi esposa, madre, hermanos, abuela, sobrinos y todos mis amigos. Aquí llevo el nuevo trofeo para mi vitrina, que atesoran la historia de mi carrera deportiva que sera el legado para mis hijos.
Lo veo a mi viejo con la cabellera casi gris, y si bien hay otros nombres que fueron los pioneros del automovilismo santiagueño, el es mi ídolo. Lo vi correr con el 128 en los zonales de Santiago, y luego puso todas sus fichas en mi y creo que no lo defraude. El Ruso Pelaez, no es de risa fácil y de pocas palabras, habla lo necesario, siempre con un consejo. Ahora lo veo feliz, con su chochera a cuestas. El se merece todo esto y mas. A mi me hace muy feliz, hacerlo feliz. Yo tengo la suerte de poder dedicarle mis triunfos y tengo un oído que escuchara mis problemas. El no pudo hacer lo mismo con su padre. Mi abuelo murió muy joven. Tenia 33 años.
También mientras manejo rumbo a mis pagos me acuerdo de mi único Barrio Jardín. Allí nací, me crié y nunca me fui. Es mi lugar en el mundo. Mañana en mi casa paterna, aunque tarde festejare mi cumpleaños, con torta y todo que como es tradición la comprara mi viejo, y a disfrutar de Valentina, hasta que el calendario nos marque otra fecha por el Sudamericano y volvamos a tomar la ruta que nos lleve a una nueva aventura o triunfo para que el viejo continué siendo feliz. PABLO
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