Sebastien Loeb bajó ayer de su Citroën y caminó hasta el Ford de Petter Solberg. En el mediodía frío y húmedo de Villa Carlos Paz, el francés estaba a temperatura de sauna y quería saber qué hacer para cambiar su suerte en elRally de Argentina. Venía de tres trompos consecutivos, algo inusual en el mejor de todos los tiempos, y buscaba una explicación a su faena. Estaba cuarto y en descenso. Entonces se agachó al lado de una de las gomas del Fiesta, escrutó el desgaste y por unos segundos archivó toda la data en su memoria. Analizó el caucho, procesó la información y regresó a su coche.
Siete horas después volvía a Carlos Paz como líder del 32° Rally de Argentina, aventajando a Mikko Hirvonen, su compañero de equipo, por un suspiro (1/10). Apenas arriba pero otra vez dominando la carrera cordobesa.
“Sebastien es muy inteligente. Su capacidad de análisis, la agudeza visual y su memoria son excepcionales”, ha dicho alguna vez Michel Ducher, jefe técnico de los neumáticos Michelin, quien ha trabajado con el piloto varias temporadas. Ayer, Loeb volvió a demostrarlo. Se había equivocado al comenzar la carrera. Perdió terreno a manos de Solberg hasta la primera mitad. Pero puso en funcionamiento el don que lleva consigo, analizó la situación y cambió el rumbo de la prueba.
“Sebastien es muy inteligente. Su capacidad de análisis, la agudeza visual y su memoria son excepcionales”, ha dicho alguna vez Michel Ducher, jefe técnico de los neumáticos Michelin, quien ha trabajado con el piloto varias temporadas. Ayer, Loeb volvió a demostrarlo. Se había equivocado al comenzar la carrera. Perdió terreno a manos de Solberg hasta la primera mitad. Pero puso en funcionamiento el don que lleva consigo, analizó la situación y cambió el rumbo de la prueba.
¿Habían errado en la elección de las gomas? El piso barroso pero compacto había propuesto un escenario diferente al largar. Como sea, Loeb entendió de qué iba la cuestión y modificó su circunstancia a tiempo. “Nosotros proponemos alternativas, como el tipo de neumáticos que creemos es el mejor. Pero es el piloto el que decide qué llevar”, contaba anoche Marie Pierre Rossi, la responsable de comunicaciones de Citroën.
Demoras
El Rally de Argentina había comenzado con retraso. El camión que llevaba el combustible para los autos tuvo un problema mecánico, debió ser reemplazado por otro y tardó en llegar, lo que demoró la largada. Y eso provocó que la primera etapa tuviera un final inédito: los autos corrieron bajo noche cerrada, uniendo Cosquín con Villa Allende.
Antes del cierre hubo un momento de climax; aquel en el que Loeb llegó decepcionado al mediodía cuando parecía que la historia la escribiría el bueno de Solberg. Pero la historia no la escriben los buenos, la escriben los que ganan. Y Loeb ha ganado todo.
Sí, Solberg abandonaría pasado el mediodía... pero a la suerte hay que ayudarla. Porque cuando el noruego decidió tirar la toalla, con la dirección de su Ford destrozada en el tramo “1882” La Pampa-La Pampa, Loeb ya era otro. Descontaba los segundos que había perdido por la mañana y parecía inminente su asalto al liderazgo. Lo fue.
Sin Solberg en la película, Córdoba fue coaptada por el talento del piloto francés, algo repetido seis veces. Aunque vale decirlo: con o sin rivales, de peso y de los otros, el dominio es aplastante.
“Loeb es el Lionel Messi del automovilismo”, asegura el periodista Miguel Ángel Motta, conocedor como nadie del Rally Mundial. El piloto francés es una máquina de ganar, de destrozar voluntades rivales, de desanimar incluso al público que espera ver algo más de competencia.
“Loeb es el Lionel Messi del automovilismo”, asegura el periodista Miguel Ángel Motta, conocedor como nadie del Rally Mundial. El piloto francés es una máquina de ganar, de destrozar voluntades rivales, de desanimar incluso al público que espera ver algo más de competencia.
Hijo de una profesora de matemáticas y de un instructor de educación física, combina una mente científica y pasión por el deporte. Se sabe: fue gimnasta (comenzó a los 3 años, se retiró a los 14, dos horas de entrenamiento diarios, una disciplina de gladiador) hasta que se cansó de esa vida y se sumergió en la adolescencia. De allí saldría un talento. Al que primero sedujeron las motos que le regalaron un coro de amigos expertos en mecánica. Al que luego le llegaría el primer auto (con dinero de su abuela) y con él, el costo de tener “coche propio”.
Loeb debió salir a ganarse la vida colocando ventanas y preparándose para ser electricista. En el medio, mataba el vicio de la velocidad con los amigos de Ascacia, su pueblo natal. Hasta que alguien vio en él el aura de los elegidos y Sebastien se metió en el Ambition Sport Auto (una especie de inferiores del automovilismo francés). Con el destino marcado no tardó en instalarse en el WRC, y entonces no paró de ganar.
Siempre sencillo, algo parco, termina desbastando al resto de los mortales. “Ser conocido no me alejó de mis orígenes. Tengo un pasado simple y mis verdaderos amigos son los que hice en la escuela de los electricistas”, le dijo a Motorsport, de Alemania.
“Él es un hombre, en muchos aspectos, ordinario..., pero cuando está en un coche de rally podés ver cuán extraordinario puede llegar a ser”, explicó alguna vez Ducher, el mismo con el que aprendió sobre neumáticos tanto como para darles la vuelta ayer y ganar, otra vez.
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